Las
fallas del capitalismo explican hasta la obesidad
Por Kenneth
Rogoff|Para
LA NACION
FRANCFORT.-
Las fallas generalizadas y sistemáticas de la regulación
representan los problemas evidentes de los que nadie quiere hablar
cuando se trata de reformar el capitalismo occidental actual. Sí,
se habló mucho de la dañina dinámica política, regulatoria y
financiera que originó el ataque cardíaco de la economía global
en 2008. Sin embargo, ¿es sólo un problema de la industria
financiera o es un ejemplo de una deficiencia más profunda del
capitalismo occidental?
Consideremos
la industria de los alimentos, por caso, pensemos en la mala
influencia que a veces tiene en la nutrición y en la salud. Las
tasas de obesidad se disparan en todo el mundo, aunque entre los
países más grandes, tal vez el problema es más grave en los
Estados Unidos donde aproximadamente una tercera parte de los
adultos son obesos (indicado por el índice de masa corporal
superior a 30). Lo que es todavía más sorprendente es que uno de
cada seis niños y adolescentes son obesos, un porcentaje que se
ha triplicado desde 1980.
Hay
muchos otros ejemplos en una amplia variedad de productos y
servicios en donde se podrían encontrar cuestiones similares. Sin
embargo, me quiero enfocar en la relación que hay entre la
industria de los alimentos y los problemas más graves del
capitalismo contemporáneo (que sin duda ha facilitado el auge de
obesidad en todo el mundo), y la razón por la que el sistema político
estadounidense le ha dedicado muy poca atención al asunto.
La
obesidad afecta la esperanza de vida de muchas maneras, que van
desde las enfermedades cardiovasculares hasta algunos tipos de cáncer.
Los costos no sólo los asume el individuo sino también la
sociedad directamente, a través del sistema de servicios de
salud, e indirectamente, mediante la pérdida de productividad,
por ejemplo, y mayores costos de transporte (más combustible de
avión, asientos más amplios, etc.).
Sin
embargo, la epidemia de la obesidad no interrumpe en absoluto el
crecimiento. Los alimentos altamente procesados a base de maíz
que tienen numerosos aditivos químicos son bien conocidos por ser
un importante motor del aumento de peso, pero, desde una
perspectiva convencional de contabilidad del crecimiento, son
excelentes. Las grandes empresas agrícolas reciben dinero por
producir maíz (a menudo subsidiado), y los procesadores de
alimentos reciben dinero por añadir toneladas de químicos para
crear un producto adictivo e irresistible. Los científicos
reciben dinero por encontrar la mezcla exacta de sal, azúcar y químicos
para hacer altamente adictiva la comida instantánea más nueva;
los anunciantes reciben dinero por promoverla; y al final, la
industria de la salud gana fortunas al tratar la enfermedad que
inevitablemente se produce.
El
capitalismo coronario es fantástico para el mercado bursátil.
Los alimentos muy procesados también son buenos para la creación
de empleos, incluidos los de alto nivel en las áreas de la
investigación, la publicidad y los servicios de salud.
Entonces,
¿quién podría quejarse? Ciertamente no los políticos, que son
reelegidos cuando abundan los empleos y los precios de las
acciones están a la alza. En los Estados Unidos, los políticos
que osaran hablar de las implicaciones de los alimentos procesados
para la salud, el medio ambiente o la sustentabilidad, se quedarían
en numerosas ocasiones sin financiamiento para sus campañas.
Las
fuerzas del mercado alentaron la innovación, que redujo los
precios de los alimentos procesados, mientras que los de las
frutas y vegetales subieron. Es un punto razonable, pero pasa por
alto el fracaso del mercado.
Los
consumidores reciben poca información en las escuelas,
bibliotecas o campañas de salud; en cambio, los mensajes
publicitarios los inundan con información errónea. Dado que en
la mayor parte de los países hay pocos recursos para tener una
televisión pública de alta calidad, los niños quedan cooptados
por los canales que pagan los anunciantes, incluidos los de la
industria de alimentos.
Más
allá de la desinformación, los productores tienen pocos
incentivos para confrontar los costos del daño ambiental que
provocan. Igualmente, los consumidores no tienen muchos motivos
para asumir los costos de salud relacionados con la elección de
sus alimentos. Sería muy grave que nuestros únicos problemas
fueran los ataques al corazón que provoca la industria de los
alimentos y el fenómeno económico equivalente que facilita la
industria financiera. Sin embargo, la dinámica patológica del
marco regulatorio, político y económico que caracteriza a estas
industrias es mucho más dañina.
El
equilibrio entre la soberanía de los consumidores y el
paternalismo es delicado. Pero, bien podríamos crear un balance más
sano mediante información más efectiva a través de una amplia
gama de plataformas para que las personas puedan empezar a tomar
decisiones de consumo y políticas mejor fundamentadas.
33%
Es el porcentaje de población de los Estados Unidos que
padece obesidad, según datos de los Centros para el Control y
Prevención de Enfermedades de ese país.